Primero fueron los poetas épicos con sus cantares, luego los libros de Historia, la televisión, la radio o los periódicos: quien narra quienes somos y de qué estamos hechos nos acaba definiendo. El que controla el relato, controla el mundo. Por eso la palabra es protagónica en esta película.

Jesús Quintero lo intuyó desde el principio y así acuñó durante su larga carrera de periodista un inmenso universo de personajes, de todo tipo de registro, que incluía a los que estaban excluidos de la versión imperante de país. Supo que los silencios reflejan la palabra que no se pronuncia, que el cuerpo habla por sí solo aunque los sonidos le contradigan; de esta manera sus entrevistas nos devuelven un espejo más rico y complejo donde contemplarnos como país.  

Como la realidad es porosa, difícil de contener en el vocabulario y se filtra; dirigimos la mirada hacia los carnavales de Cádiz, el que  – como la parte por el todo – ocupa el papel del coro griego. Desde el sur miramos al resto del país y recapitulamos hasta llegar a siglos antes; donde en la formación de los pueblos de España, en la repartición del latifundio, en el origen del discurso que define las identidades que conviven hasta hoy; encontramos parte del cordón umbilical de quienes nos sentimos ser. 

Pero como las palabras están llenas de trampas, nos lían y no siempre son suficientes; construimos la narrativa con las imágenes de un escenario donde España ya se ha visto representada antes, un bosque de caza.

Esta narrativa enmarca a Jesús Quintero con su archivo de entrevistas; algunas emitidas y otras inéditas. Es la materia prima de esta película que construye un relato de los años de España en Democracia.