«Mi cine utiliza la táctica de la tierra quemada», dijo en una ocasión Chantal Akerman. Palabras que cobran sentido cuando nos enfrentamos a sus películas, que no hacen prisioneros, atravesadas por corrientes de soledad y dolor, alejadas de las narrativas convencionales y los modelos industriales del cine. Su obra forma un cuerpo de pensamiento y emoción sin equivalente en el arte del último siglo. Su reciente reivindicación es una oportunidad única para regresar y poner en valor a esta artista fundamental, que sigue asombrando y emocionando.