Hace 60 años la lucha obrera confrontaba unos objetivos sin los que hoy no entenderíamos el concepto de trabajo, como la jornada laboral de 40 horas, la no discriminación por género o la asistencia a lxs trabajadorxs. Estos derechos se han ganado paulatinamente y su esfuerzo son la semilla de la actualidad.

Integramos forzosamente la tecnología en nuestro modelo laboral, de esta manera el trabajo se modifica, nunca se destruye. Somos la materia de la esclavitud moderna. Sin poder evitarlo, los límites del trabajo se desdibujan y contaminan toda nuestra existencia. Y con el tiempo, es razón, que las exigencias desembocan en el mismo axioma: La juventud no quiere trabajar. 

¿Es quizás que no hay dignidad en nuestros trabajos tan dignos? ¿Podremos sobrevivir a base de las condiciones impuestas? ¿Está la fórmula del trabajo caduca? ¿Somos unos vagxs o simplemente imploramos  esa ansiada libertad?